av Alex Piret
250,-
Le puede gustar más o menos, o no le puede gustar nada, pero ahí está. Puede vivirla o no, aunque renunciar a ella requiere la clase de esfuerzo que probablemente no esté usted dispuesto a hacer. Y estoy hablando de la vida en toda su magnitud, aunque uno no sea propenso a magnificarla sin saber bien porqué. Que la vita, mucho me temo, viene en todos los tamaños, grande, pequeño o insignificante. El caso es que llegado cierto punto, la mentira y el engaño con los que algunos merodean son sustituidos por la más llana estupidez. Uno empieza a ver los despropósitos y necedades que llenan el espacio vacío entre las decisiones importantes que a veces nos toca tomar o que toman otros por nosotros... si el matrimonio o la pareja, si la paternidad o la soltería usque in finim, si gasolina o eléctrico, si invadir Ucrania o cualquier otro país, y cuáles son países y cuáles no, y por qué todos quieren serlo, pequeños muy pequeños o rabiosamente grandes, con sus banderas, presupuestos y políticos, cuando podríamos ser todos una gran y feliz comunidad, si misiles o armas nucleares tácticas o palos y piedras, si subir o bajar los tipos para que todo siga igual, si implantarte pelo en Estambul o ir al cero y hacerte crecer una barba como la de Valle Inclán, de la que se ocupe luego el barbero, si todo al final va de algoritmos o es solo una cuestión de monos, como en el video de Cold Play. Si uno se detiene a pensar solo un segundo, tiene la sensación de que entre una cosa y otra hay mucho, un montón de ridículo, cuando estas no son ridículas en sí mismas. Y no digo ridículo como sustantivo o adjetivo masculino, sino más bien como en Pérez Galdós, cito: y"comprendió como lo ridículo se le venía encima". Que no lo ha entendido aún, permita se lo explique entonces de otra manera. No estoy hablando de ridículo igual que en ñoño o irrisorio, sino como en grotesco. Hablo de ridículo como naturaleza de lo sagrado, de lo mal que están las cosas y de la poca capacidad que tenemos de actuar sobre ellas. Hablo de idiosincrasia, conducta social e interacción, de lo mal que está todo y del mal que nos hacemos mutuamente. Si ridículo es prácticamente Todo se diría que estamos ya en el punto de no retorno, y del cinismo se sale solo de dos formas: superándolo o hundiéndose con él. Este es un libro irreverente, como lo han sido los anteriores, no es patético ni pesimista, no es una moral de urgencia como en Nietzsche, sino algo parecido a la Enciclopedia nazi de Eslava Galán, y a la frustración de Jean-Luc (Godard) "porque si las cosas no saliesen como espero, aún así no cambiaría mis expectativas". Y es también el tercer set de un partido que voy a perder, y mi particular estilo de ejercitar el sentido del humor antes de que todo se vaya a la mierda. Porque al final se trata solo de sonreír, que reír ya nos hacen reír los cabrones de los otros. Y si al entrar aquí usted no leyó algo como"Lasciate ogni speranza, voi ch`entrate", sino algo entre el español y el inglés, o el javanés, el maltés o el catalán, algo entre el francés (ridicule) o el rumano (ridicol), y el latín (de ridere y el sufijo culum) es por darle a este tercer volumen un aspecto menos local y más internacional, y porque no se trata de uno de lo siete defectos del español, sino de una categoría universal. Algo que está en la naturaleza de muchos, de los alemanes y de los franceses también. Y si usted ha leído prepucio y no prefacio como debería ser, es por dos razones, porque el lenguaje nos habla o habla por nosotros, porque a veces las palabras nos la juegan y somos nosotros los que le atribuimos una responsabilidad que es solo nuestra, como la de haber matado a Dios, diría Nietzsche. Lo que me da derecho a decir que este libro no lo he escrito yo, sino el lenguaje, y de la única parte de la que me hago responsable es de aquella que pueda hacerle gracia o entretenerlo.