av Julius Evola
370,-
En su aspecto político más genérico y comúnmente conocido, el racismo se empeña en individualizar al tipo humano predominante en una determinada comunidad nacional, en preservarlo de cualquier alteración y contaminación, en potenciarlo, en hacerle corresponder un determinado sentimiento y un determinado orgullo, el cual se dirige a desarrollar, tonificar, hacer más concreto y "orgánico" el principio genérico de la nacionalidad. Se trata así, en primer lugar, de una continuación de todo aquello que el Fascismo desde su adveniento ha buscado en materia de política y de higiene social y, luego, en tanto escuela de virilismo y de fuerza para el pueblo italiano y sobre todo para sus nuevas generaciones. La conquista del imperio africano ha traído como natural consecuencia un nuevo orden de medidas protectoras y profilácticas, procedentes de análogas exigencias y de la evidente oportunidad de que, en el contacto con pueblos inferiores, el pueblo italiano tuviese el muy neto sentido de las diferencias, de su dignidad y de su fuerza.En un segundo aspecto de carácter interno el racismo se presenta como una nueva "potencia" del nacionalismo, porque el sentirse de una misma "raza" -aun cuando esta expresión valga más como un mito que como una idea muy precisa- es evidentemente algo más que sentirse de una misma "nación". En tanto mito político, la "raza" es la nación viviente, no encerrada en abstractos límites jurídicos o territoriales, ni agotada en una simple unidad de cultura, lengua e historia. El sentimiento de "raza" va hacia algo más profundo de todo esto, va hacia los orígenes y es inseparable de un sentimiento de continuidad, ella toca cuerdas profundas del ser humano. Es una verdad ésta que se refleja también en la sabiduría popular, en sus modos de decir, como "la voz de la sangre", "la raza no miente", "el que tiene raza", "venganza" o "culpa de la sangre", etc.