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Böcker av Osmar E. Maldonado

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  • av Osmar E. Maldonado
    186,-

    El propósito de este manuscrito es dar a conocer a los lectores, algunos pasajes acaecidos en San Pablo, San Marcos Guatemala, en las recordadas décadas de los años 50 y 60. Hechos generados por los habitantes de esos dorados tiempos, y posiblemente desapercibidos por las nuevas generaciones, como aquellos que presumen la manzana al frente de su dispositivo electrónico; nuestros milenios.Esta es una expresión llena de acontecimientos, por medio de los cuales me identifiqué con los habitantes del pueblo, de algunas fincas y caserillos, a tal grado que, después de más de setenta años aún llevo dentro, la clara imagen de muchos pobladores, lugares, y momentos vividos en esa etapa de la vida, en la que endulzar el café con panela nos hizo inmune a muchas enfermedades. Son anécdotas que no presentan datos estadísticos o información de otra índole; es únicamente un sentimiento transmitido en letras sobre la existencia de nuestra gente de esas pasadas dos décadas.Es una clara manifestación de amor a mi pueblo, en el que disfruté muchas aventuras por esos bellos linderos, por únicamente los primeros diecisiete años de mi vida; sin embargo, eso fue suficiente para que yo aún recuerde la presencia de aquel anciano, Félix el cartero de finnca La Ilusión, quien a paso lento -con su morral al hombro-, traía y llevaba la correspondencia al lugar de su destino y en cada viaje que él hacía, se exponía al fastidio de los patojos y de algunos adultos a que le gritaran "brujo" y a pesar de eso, él no renunció a su trabajo.Fue muy grande la satisfacción que sentí al haber terminado de escribir esta obra; fue algo así, como haber tenido que sacar de mi equipaje el sobre peso que no me debo llevar al momento que me toque emprender mi viaje sin retorno -por así decirlo-. Al llegar a su final, me di cuenta que me había liberado de muchos recuerdos guardados durante mucho tiempo, jactándome de haber cumplido un propósito, y eso me llenó de la misma alegría como cuando de niño visitaba a cada una de aquellas pequeñas casas de madera, en la que no necesité tocar la puerta para entrar y encontrar la mejor sonrisa de quien allí vivió, como por ejemplo: ver el agradable rostro lleno de hospitalidad de doña Luba Solano o doña Rosalba Zamora, a quienes visité para montar una bicicleta con mi amigo Ludin, o jugar a las casitas con Graciela, Yolanda y sus demás hermanas, respectivamente.Osmar E. Maldonado

  • av Osmar E. Maldonado
    266,-

    A mi abuela Nila Con dedicación especial a la señora más grande de mi familia, no por los 102 años de vida que Dios le dio, sino por las bendiciones que recibió por parte de toda la gente humilde a quien ella sirvió como partera o comadrona en diferentes rincones del pueblo, y en ncas, aldeas y caserillos. A quienes en más de una oportunidad ella perdonó el pago de dos quetzales por el nacimiento de un niño en hogares donde la gente no tenía ni para comprar una libra de frijol para el almuerzo del día. Mamá Nila, siempre he vivido muy agradecido de usted por haber trabajado incansablemente para que mi padre tuviera un lugar donde construir su casita de madera, la que me dio la oportunidad de vivir en familia con mi mamá y mis demás hermanos. Un lugar donde todos nosotros crecimos en familia y yo siendo un niño no distinguía quiénes eran mis hermanos o mis primos, a todos los quería por igual. La casa donde a los pocos que vamos quedando, nos gustaría tener oportunidad de reunirnos para mantener vivo su recuerdo y el de los demás que estuvimos ahí, y en la que en más de una ocasión nos sentamos en el suelo alrededor del apaste lleno de tamales calientes que usted preparaba para que celebráramos la Navidad o el Año Nuevo. Cómo renunciar al recuerdo de aquel palo de mangos, el de naranjas, limones y mandarinas plantados en aquel pedacito de tierra, donde nos subíamos para escondernos por mal portados y usted nos bajaba a pedradas. Al recuerdo de aquel caballito de palo fabricado por mi abuelo, al montón de jarros viejos pegados al cerco de la casa, al desgastado tamborillo y su mazo en el cual el que estuviera de turno le quitaba el cascabillo al café. ¿Cómo olvidar nuestras primeras mascotas? Como la Shura, el Muñeco o Paco, el desplumado loro, quien pasó hambre muchas veces, porque nosotros por dedicarnos a jugar nos olvidábamos de darle de comer.Osmar E. Maldonado

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