Om Los Dos Hidalgos de Verona
VALENTÍN. -Cesa de persuadirme, querido Proteo. La juventud casera tiene siempre gustos caseros. Si un respetable afecto no encadenase tus años mozos a las dulces miradas de tu honorable amada, más bien solicitaría tu compañía para contemplar, lejos de la patria, las maravillas del mundo, pues viviendo la hastiada monotonía del hogar, consumes tu juventud en ociosidades sin relieve. Pero puesto que amas, continúa amando, y sé tan feliz en tus amores como para mí deseo cuando ame a mi vez.
PROTEO. -¿De modo que te marchas? Pues ¡adiós!, querido Valentín. Piensa en tu amigo Proteo cuando encuentres algo extraordinario, digno de nota, en tu travesía. Tenme presente en los momentos de dicha, cuando todo vaya bien. Y en tus peligros, si te rodearan, encomienda tus infortunios a mis santas oraciones, pues seré tu rogador, Valentín. VALENTÍN. -¿Y rogarás por mi éxito en un devocionario de amor?
PROTEO. -Rogaré por ti en cierto libro que amo.
VALENTÍN. -Sin duda, en alguna frívola historia de un amor profundo, en donde se cuente, por ejemplo, cómo el joven Leandro atravesó a nado el Helesponto.
PROTEO. -Que es la profunda historia de un sentimiento de los más profundos. ¡Como que Leandro se hundió por considerar el amor por encima de sus zapatos!
VALENTÍN. -Es verdad; pero tú has colocado las botas por encima del amor, y todavía no se sabe que pasarás a nado el Helesponto.
PROTEO. -¿Por encima de las botas? No me hagas, pues, que dé un bote. VALENTÍN. -No, no lo deseo; he hecho por ti voto de compasión.
PROTEO. -¿Por qué?
VALENTÍN. -Por estar enamorado. Amar es comprar desprecios con lamentos; miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante de placer veinte noches de ansiedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la victoria. Si se nos engaña, sólo conservaremos desastres. ¿Qué queda, pues, del amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio o un ingenio vencido por la tontería o la locura.
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